7 años. 73 meses. 318 semanas. 2229 días. Ese es el abismo que separa en materia cronológica los dos últimos conciertos ofrecidos por Mumford And Sons en Barcelona. Aún recuerdo lo concretado en marzo de 2013 en el Sant Jordi. Marcus Mumford y su banda, ya surfeando en lo alto de la cresta mediática, visitaron nuestro país para poner el broche de oro a una exitosa etapa “folk” manufacturada con buenos registros comerciales gracias al aterrizaje del continuista “Babel”. Entonces estos chicos londinenses aún mantenían la etiqueta de “banda del momento” gracias a un feeling, el de aquello categorizado como “indie”, cuyo rojo corazón se resistía a dejar de latir.

LOS ANGELES, CA – FEBRUARY 08: (L-R) Musicians Ben Lovett, Marcus Mumford, ‘Country’ Winston Marshall and Ted Dwane of Mumford & Sons perform onstage at MusiCares Person Of The Year Honoring Bruce Springsteen on February 8, 2013 in Los Angeles, California. (Photo by Larry Busacca/Getty Images for NARAS)
Ahora, ya llegado el 2019, el panorama para Mumford And Sons ha variado notoriamente. Con el “indie” ya sepultado y resepultado, los padres de aquel “Sigh No More” llevan ya más de un lustro perfilando sus barbas y dejando en un segundo plano, al menos en gran medida, su representativo banjo. Tirando más de Fenders que de instrumentación sureña, su música ha mutado en una suerte de pop eléctrico para masas. Eso sí: las estructuras líricas continúan sonando marca de la casa, algo que permite a sus überfans sentir cercana a la banda pese a la dureza de contrastes exhibida en sus últimos temas.
Tanta variación y tanto juego de muñeca nos dejó dubitativos de cara lo que nos esperaba en el Palau Sant Jordi. ¿Iban Mumford And Sons a servirnos una evolución de lo ejecutado en 2013 desde un prisma íntimo?¿O por el contrario se estaba diseñando entre bambalinas un ejercicio de soberbio pop diseñado en las caninas fauces de un ser como Kodaline?
Al final fue un poco de lo primero, y otro tanto de lo segundo, porque el show materializado por Mumford And Sons en Barcelona fue un “crowd pleaser” en toda regla. Brindando momentos de cercanía y grandilocuencia a partes iguales, el bolo ofreció fogonazos tanto de lo que el grupo fue en el pasado, como de lo que es actualmente e, incluso también, de lo que a Marcus y cía les gustaría llegar a ser.





